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En Miss Carbón, su segundo largometraje, Agustina Macri dirige con sutileza una historia real: la de Carlita Rodríguez, mujer trans y minera en Río Turbio. Desde su casa, con voz pausada y mirada firme, habla con MOLA sobre lo íntimo, lo político y el deseo de narrar con respeto.
Por Fiorella Benavides
Recién llegada a Buenos Aires después de varios meses en Madrid, con el jet lag todavía a cuestas y un mate entre las manos, Agustina Macri se conecta a la videollamada. Afuera, frío. En Madrid, donde venía de pasar los últimos meses, el calor era otro. Pero el cambio de clima no parece afectarla tanto como el viaje mismo. Adentro, calma. Habla pausado, piensa antes de contestar. Dice que no le gusta romantizar las cosas. Que prefiere hablar desde lo real, desde lo que toca. Pero cuando cuenta el rodaje de Miss Carbón hay algo que se cuela entre las palabras: una emoción contenida, una especie de ternura dura. La misma con la que dirigió esta película inspirada en la vida de Carlita Rodríguez, la primera mujer trans en trabajar en una mina de carbón en Río Turbio.
La voz de Agustina transmite calma, pero también una convicción profunda. Es una directora que prefiere la sugerencia al subrayado, el respeto a la espectacularización. «No le gusta que le diga que es valiente, pero lo es», dice sobre Lux Pascal, protagonista de la historia. Y bien podría estar hablando de ella misma. Porque Miss Carbón no solo desafía un sistema. También habla de cómo narrar lo que duele sin explotar el dolor, de cómo mirar lo distinto sin exotizarlo, de cómo crear sin impostar un mensaje.

“Lo más importante para mí es narrar con respeto. No me interesa explotar el dolor ni convertir a nadie en un estereotipo. Quiero que las mujeres trans que vean esta película se sientan representadas, celebradas y acompañadas.”
Agustina nació en Buenos Aires en 1982. Es hija del ex presidente argentino Mauricio Macri y de Ivonne Bordeu, y creció en una familia donde el apellido pesa. Pero su camino personal fue otro: estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y se fue del país a los 22 años. «Irme de Argentina me hizo muy bien a la cabeza. Entre Italia y España encontré un lugar de libertad. Acá me siento despojada de un montón de cosas», cuenta. Es desde ese despojo, o quizá desde ese gesto de autonomía, que elige contar historias profundamente argentinas. Historias que no solo mira, sino que la atraviesan.
Antes de dirigir, fue asistente de dirección de Oliver Stone en Snowden. Esperó seis horas a Putin en una biblioteca del Kremlin, con un libro como compañía. Esa experiencia fue decisiva. «Me marcó para el tipo de películas que hago», admite. Películas que hablan de personajes que desobedecen. Que se animan a ser en entornos que no están hechos para ellxs.
Miss Carbón es su segundo largometraje, y se mueve con naturalidad entre lo técnico y lo humano. Es un gesto estético y político que no necesita levantar la voz. Es también una historia de deseo: el de Carlita por ser minera, el de Lux Pascal por entregarse al rol, y el de Agustina por filmar con respeto, belleza y profundidad.
«Hay algo en la lucha de Carlita que me espeja», dice Agustina. Una perseverancia contra todo. Un deseo tan claro que abre camino donde no lo había. En esa historia de vida, Agustina encontró también una forma de narrarse a ella misma.
El rodaje tuvo lugar en Río Turbio, Santa Cruz, un pueblo minero con agua no potable, mucho frío y un equipo que se volvió tribu. «No fue el típico rodaje que volvés a tu casa y desconectás. Pero eso generó otro tipo de proceso. Le dio algo especial», recuerda. El clima extremo, los mamelucos tipo Teletubbie, las montañas de carbón escarchadas. Y Carlita presente, observando cómo se reconstruía su propia historia. Agustina recuerda un momento que la conmovió especialmente: Carlita cumplía años y, al entrar a la mina, la imagen de la Virgen Minera —figura simbólica para la comunidad— parecía guiñarle un ojo. “Fue como si se le cumpliera un deseo”, cuenta. Esa escena, casi mágica, le confirmó que no solo estaban contando una historia, sino acompañando un proceso real de transformación y reparación. Una especie de fe íntima, compartida, que atraviesa el relato sin necesidad de decirlo todo.
A Lux Pascal la tuvo siempre en mente como protagonista. «Puso el cuerpo todos los días, con mucho frío, y se la recontrabancó», cuenta. Juntas construyeron una versión luminosa de Carlita, sin caer en el drama ni en la victimización. Miss Carbón se permite la ternura, el deseo, la belleza.
Al final, Miss Carbón es una historia sobre una mujer que, sin proponérselo, logra torcer una estructura. Y también sobre una directora que elige mirar con empatía, sin forzar nada. Como dice Agustina, «lo lindo de Carlita es que hackeó el sistema con su superpoder de mujer trans». Y eso, en tiempos de discursos agresivos, es un gesto de belleza y de coraje. Agustina quiere que la película funcione como una invitación: a mirar distinto, a escuchar con más atención, a abrir el corazón frente a realidades que muchas veces se ignoran o se reducen. Sobre todo, espera que sea una herramienta para que más mujeres trans puedan sentirse representadas, celebradas y, por qué no, acompañadas.
«Ojalá le abra nuevos horizontes. Quizá una nueva vida», dice Agustina. Y en su voz hay un deseo que no es solo para Carlita, sino para todos: que las historias que contamos puedan transformarnos.